El jurado del Concurso de Cartas de Amor y Desamor Los Novios del Mojón eligió «Carta desde Lanzarote» de Esteban Torres (Jaén) como ganadora de esta nueva edición. La segunda carta premiada llegaba desde Almería, bajo el título «La última carta para Ana», de Sonia Pérez. Ambas compitieron con casi 200 cartas procedentes de todo el mundo y que cada año se lo pone más difícil al jurado, formado en esta ocasión por María Moreira León, Pilar Santander y Ricardo Flores Sánchéz.

La Casa-Museo del Timple de la Villa de Teguise acogió el pasado viernes este emotivo acto, que contó con la colaboración de los excelentes narradores del Club de Lectura de la Biblioteca Municipal de Teguise, los cuales leyeron en interpretaron las diez mejores cartas, y también contó con la actuación del dúo formado por Juan Carlos Martínez y Flavia Sabrina Gouzou.

Primer premio: Carta desde Lanzarote

Querida Caridad:

Hola , Cari, aunque me echaste de tu vida sin darme cauce a reaccionar ni conocer las causas de tu desamor, espero que te encuentres bien cuando recibas esta carta. Acaso el desamor no necesita ningún motivo, me dirás. Cuando se acaba se acaba, y todo lo demás son argucias demasiado onerosas que no hacen sino prolongarlo en el tiempo artificiosamente, con respiración asistida, sabiendo que el final es irremediable y está escrito en nuestros ojos. Lo que pasa es que, por lógica, uno de los dos se da cuenta antes que el otro y en nuestro caso fuiste tú la pionera, siempre tan adelantada. Aunque tampoco son maneras –las formas dicen mucho de las personas- ponerme el equipaje en el dintel y arrojar por el hueco de la escalera mi ropa interior, por mucho que te urgiera mi desalojo, y lanzar por el balcón el resto de mis pertenencias, que solamente pude entrar a por mi cepillo como un último favor después de rogarte un rato. Sí, tus fuertes nunca han sido ni la educación, ni la diplomacia, ni la mesura; te lo digo como lo siento.

Con el paso de estas tres semanas me quiero poner en tu lugar y he ido difuminando mi animadversión a ti, hasta tal punto que creí necesario confesarte por escrito, sin ninguna intención subliminal, sin pretender levantar un monolito a mi ego, que yo también hace tiempo que dejé de quererte, que pasé, tal vez sin advertirlo, de la pasión ciega y descomedida de los primeros tiempos (¿te acuerdas de aquel viaje a Santander?) a la inercia de vivir compartiendo las ruindades de la vida, a pasear juntos la soledad individual por el bulevar y a tomar cerveza en silencio en las terrazas de los bares. Que fueras tú la que diese forma a la ruptura es sólo una anécdota que, desde la perspectiva de estos días, agranda tu imagen para mí y te reviste de una valentía admirable. Ya sabes que me enfadé mucho cuando tuve que recoger los discos de la acera, pues ver mis vinilos de Simon&Garfunkel y de Serrat a los pies de los transeúntes, temiendo lo peor para su integridad después de planear desde un sexto piso, me supuso un trauma innecesario entre personas civilizadas. A propósito, no te lo tomes a mal, y deja ya de buscar el Chanel número 5, el de 500 cc., que tenías casi entero, porque acabó en el W.C. cuando fingí llorar y penetré en el cuarto de baño para coger mi cepillo de dientes y la espuma de afeitar, tras anunciarme la ruptura. Llámalo reacción pueril, si quieres, o daño colateral, como yo prefiero; pero se me quedó una sensación como de pájaro que se libera y debí argüir para mis adentros que de ahora en adelante con tus posteriores conquistas, es seguro que cambiarías el pijama de la Monroe por uno de tergal. Y a tu cocker spaniel, a Cosita, tampoco lo sigas llamando por el parque… no es cierto que se me perdiera aquella mañana mientras lo distraía; mejor pregunta a Rafa, el vecino del tercero izquierda, cómo le hizo el bollo al parachoques de su BMW. Hicimos un pacto de caballeros y su seguro a todo riesgo corrió con los gastos. En fin, que muerta la rabia se acabó el perro, o viceversa (perdóname la frase, tan poco apropiada para el momento).

En absoluto te guardo rencor, imagino que lo sabes, como tributo a los tres años maravillosos que pasamos juntos, con sus altibajos y monotonías, con sus grandes momentos inolvidables y sus ratos anodinos. El balance debe ser positivo y borrar los malos recuerdos y enmarcar los buenos instantes con la plata de la nostalgia.

Y ya para terminar te deseo lo mejor en el futuro a nivel personal y en tu carrera; que encuentres a alguien que te quiera al menos como yo te quise al principio y, si lo hallas, te aconsejo que no vuelvas a ponerlo de titular en tu cuenta corriente, que por despecho, cuando el amor se acaba y te despiden tan ineducadamente, es tentador pegarse unas vacaciones a costa del otro, aquí, en Lanzarote, como yo, o en una isla del Caribe, o en el Egeo, o donde sea. Cuando hay que aplacar tanto dolor y se dispone de mucho tiempo, ante las ofertas de última hora de las agencias de viaje y sabiendo que tienes tan buena nómina, es difícil resistirse a la tentación, ya lo sabes.

Cuídate mucho, Cari.

Un beso.

Segundo premio: La última carta para Ana

Querida Ana:

Estas serían mis últimas letras. Pronto dejaré de tener voz. No quiero hacerte daño. No mereces ser una cifra de telediario.
Siempre te dije que te amé. No es así. O al menos es lo que he comprendido demasiado tarde, no para ti, para mí.
No se puede amar a quien se daña. Los moretones escondidos tras mil capas de maquillaje hicieron creer al mundo que éramos la pareja perfecta. Si tu piel hablase…

Deseo ser el hombre que acabo con su existencia por amor al ser humano, el hombre que quiso evitar una tragedia, aquel que no quise hacer de ti la víctima número 56.

Apostaste por un amor que no era tal, posiblemente la educación que recibí no fuera acertada. En casa de mis padres y la de mis abuelos era lo normal. No había de nada de extraño en que la mujer siempre callarse y recibiese gritos por parte del hombre de la casa. Hasta ahora siempre creí que esa situación era hogar. Estaba tan equivocado. Mi mentalidad siempre me traiciona, me empuja a ser más que tú, a imponer lo que yo diga y a dejarte sin opinión.

Cuántas veces te callé clavándote la mirada, no supe ver el miedo que te recorría el cuerpo, no descubrir la importancia que debías sentir por ser libre de mí.

Fuiste mi prisionera hasta el día de hoy. Volarás libre. Sin la angustia pegada a tus talones, sin mirar mientras paseas por si te sorprendo por detrás, te lo debo.

Por todos los cardenales, por las lágrimas que durante años te provoqué. Dejaras de tener miedo mientras vivas. Yo no seré más tu problema. Dejaré de ser tu maltratador, porque es lo que fui, lo que soy y lo que sería de seguir con vida. No seré tu posible asesino.

Solo deseo con esta carta saber que nunca permitirás a nadie, bajo ningún concepto, lo que yo era contigo. Tú no eres de nadie. Eres tuya.

Sin más, he de despedirme de ti y de la vida, y en esta despedida sí que existe el amor hacia tu persona.

Con amor, que nunca más te hará daño.