El alcalde Oswaldo Betancort y su equipo de Gobierno, acompañaron a Antonio Lemes en el acto homenaje de la inauguración de la Feria de Artesanía de Mancha Blanca

El pueblo de Teguise y su tradición en la fabricación de timples están de enhorabuena, puesto que la XXX edición de la Feria de Artesanía de Lanzarote de Mancha Blanca ha reconocido a Antonio Lemes, «Lolo», como mejor Artesano del Año, “un merecidísimo reconocimiento por su trabajo y dedicación y por construir parte importante de la historia de Teguise y de Lanzarote, y también de la cultura canaria”, ha considerado el alcalde de Teguise.

Oswaldo Betancort y su equipo de Gobierno arroparon y acompañaron a “Lolo” durante el acto homenaje celebrado este miércoles en la inauguración de la nueva edición de la Feria, en la que destacaron y alabaron su trayectoria como maestro del timple.

Aunque ya jubilado, a Antonio Lemes se le puede encontrar aún en su taller de la calle Las Flores, situado en pleno Conjunto Histórico de la Villa de Teguise. Allí recibió hace unos días la visita del alcalde de Teguise, que quiso darle la enhorabuena personalmente “por ser un referente como prestigioso luthier en Canarias y también por exportar el nombre de Teguise”.

La historia de «Lolo» y de sus primeros timples a 150 pesetas está recogida en «Rostros de un paisaje», publicación promovida en 2009 por el área de Cultura del Ayuntamiento de Teguise, editada al socaire de la idea original del fotógrafo Miguel Hernández y pergeñada con las aportaciones literarias de reconocidos periodistas insulares. En dicha obra, podemos encontrar fragmentos de las costumbres y experiencias de nuestros artesanos, entre ellos, el de «Lolo», que fue entrevistado por la periodista María José Tabar con este resultado narrativo:

«Supone que lo apodaron Lolo por el nombre de su padre, Manuel, pero no pondría ni media uña en el fuego habida cuenta de que nació en 1943, una época en la que uno no sabía cómo se llamaba hasta que los demás lo decidían.

Empezó a trabajar en una carpintería por pura afición y con l0 años ya era un aprendiz que hacía bien el piquillo canario. Cuando se aburrió de tallar cajitas para zarcillos, se dedicó a construir timples. Los crea pero no los toca. Sólo los pellizca para afinarlos.

Construyó los primeros con chapa de madera; era un material rancio que cepillaba hasta que lograba un mal ensayo del instrumento. El resultado se parecía más a una pata de jamón que a un aparejo musical. Conforme los hacía, los rompía. Aprendió sólo, sin maestro que lo condujera. Con 16 años empezó a ganarse la vida con la ebanistería, y vendía timples a 150 pesetas…«¡Cambaos y todo los compraba algún turista!». Hoy cuestan entre 90 y 300 euros. Y el palo de santo escasea tanto como la caoba. Pero Lolo ya no tiene prisa; sólo acepta encargos por deleite. Así puede levantarse temprano y estrenar el adoquinado de la Villa, que a esas horas todavía sigue sudado por la tarosada de la noche. Camina a buen paso, abre el portón y enchufa la radio. De ahí, al cielo».